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El seibo y el ombú. — 211

Uno de los caracteres distintivos del ombú es su longevidad, condición requerida en un ser que con dificultad se reproduce. No se conoce el término de su vida. Nadie ha visto hasta ahora un ombú seco de vejez. No hay tradición que recuerde la edad juvenil de algunos. Por las enormes dimensiones de ellos, con treinta varas de circunferencia en su monstruosa base y quince en su tronco, puede juzgarse que tiene miles de años de existencia.

¿Será sin límites la vida del ombú? Una existencia perpétua estaría en contradicción con las leyes del organismo animal y vegetal, que señalan a la vida un término más o menos largo; pero puede admitirse que el ombú goza, como ciertos pólipos de una vida múltiple, que se renueva incesantemente por su parte exterior, mientras en la interior va feneciendo la organización originaria: de manera que el ombú que hoy juzgamos milenario, no sea en realidad sino un ser nuevo, sepulcro vivo de sus progenitores. El estudio de la fisiología del ombú nos decifrará este enigma; entretanto hay un hecho observado por todos, que prueba que en este árbol extraordinario efectivamente muere y se destruye su parte interior, pues todo ombú antiguo tiene hueco su tronco y aniquiladas sus raíces primitivas.

Un fenómeno de longevidad igualmente, indefinida, aunque por un proceder muy diferente, se verifica en el mangle, que descuelga algunos vástagos hasta el suelo, para echar nuevas raíces que lo rejuvenecen y eternizan.

El seibo, que no ha sido creado como el ombú para compañero del hombre, y que se multiplica con exceso, vive solamente el tiempo necesario