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El Tempe de la Grecia. — 237

y abonado por las crecientes, no una vez, sino treinta y más todos los años.

A pesar de la identidad de este importante rasgo, que es el característico de los delta del Nilo y el Paraná, no hubiera sido propio aplicar a éste un nombre de tan hermosos recuerdos, pero empañado por un clima desastroso y por las frecuentes calamidades que alejan de aquella celebérrima región el bienestar y las delicias con que la región del Plata se brinda a los mortales.

Los principales azotes de Egipto son los frecuentes temblores de tierra, la lepra y las oftalmías; el ardor de su verano de ocho meses, insoportable para los Europeos; los vientos secos y ardientes; la escasez de las lluvias; y finalmente, la subsistencia de sus habitantes está a merced de las crecidas del Nilo, que a veces son insuficientes para asegurar las cosechas del año.

Herodoto llama con razón el valle de Egipto, un don del Nilo; pues la extensión que riega este río, computada en dos mil leguas cuadradas, es la única parte arable y fértil de todo el país; así es que el Egipto, bajo un cielo ardiente y seco, sería, sin la inundación, un desierto como el Sahara.

Los depósitos del valle del Tempe fueron el resultado de una prolongada permanencia de las aguas del Peneos, que repentinamente dejaron en seco aquellas llanuras. Según las antiguas tradiciones, hubo un tiempo en que no tenían salida esas aguas; el país no era más que un gran lago; hasta que un temblor de tierra, rompiendo los diques de granito, abrió paso al río Peneos por entre el monte Ossa y el Olimpo hasta el Archipiélago, resultando de este desagüe la desecación del terreno, que quedó dotado de asombrosa fertilidad,