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238 — El Tempe Argentino.

sólo comparable a la del valle del Nilo, y la del valle del Paraná, porque los tres valles deben su feracidad a la misma causa: los depósitos limosos de las aguas.

Los pueblos, y muy especialmente los antiguos, inclinados siempre a suponer causas maravillosas a los grandes fenómenos de la naturaleza, atribuyeron aquel inmenso beneficio, efecto del terremoto, al tridente de Neptuno. Así también los Egipcios hacían descender del cielo las fuentes del Nílo, al cual conservan todavía un respeto religioso; lo llaman santo, bendito, sagrado, y cuando se abren los canales para la inundación, las madres sumergen a sus hijos en la corriente, creyendo que esas aguas tienen una virtud purificante y divina. Hay en Necrópolis un templo magnífico, con una estatua gigantesca, de mármol negro, que representa al Nilo como un dios coronado de laureles y espigas, y apoyado sobre una esfinge. Igualmente los antiguos griegos, en el valle de Tempe, que miraban como un lugar santo, tenían un altar donde se reunían a celebrar sus ritos, y después de hacer grandes fiestas, regresaban con guirnaldas de los laureles del valle.

Los pueblos que circundan el maravilloso valle del Paraná, lejos de consagrarle algún sentimiento de admiración o aprecio, lo han mirado con la mayor indiferencia; porque, dueños de campos fertilísimos, regados por las aguas del cielo, no han examinado el valor de las tierras bonificadas por el riego y sedimentos de las aguas de los ríos. Mas, llegará día (y hoy sucede ya con muchos terrenos de las costas) en que un suelo exhausto se negará a dar a sus habitantes las pingües cosechas de otro tiempo, y entonces se lamentarán de no haber