difícil, pues consiste en restablecer el equilibrio perdido, restituyendo los principios minerales extraídos de la tierra que la atmósfera no puede proporcionar; y esto no se logra sino con el auxilio de abonos importados, y otros medios, siempre costosos.
Lo mejor es evitar el mal, adoptando un sistema de cultivo que conserve el equilibrio, a imitación de la naturaleza.
A juzgar por la abundancia y feracidad de los depósitos de tierra vegetal en el delta, y por analogía con otros países que se encuentran en condiciones análogas, la fertilidad de su terreno no sufrirá disminución alguna, mientras las crecientes continúen depositando sobre él el cieno que acarrean, por muy poco que coopere el hombre de su parte para suministrar al suelo los principios que han de ser sustraídos por las cosechas.
Se sabe que en Egipto, país pobre en maderas, el estiércol de los ganados forma la principal parte de sus combustibles, y sus cenizas es el único abono que reciben los terrenos del valle del Nilo, que hasta el presente no han perdido nada de su celebrada fertilidad.
El sistema de los barbechos es en general inadmisible, y en nuestro caso enteramente inútil, porque la tierra no se cansa sino porque ha perdido los principios minerales absorbidos por las plantas, y se sabe con la certeza posible, que ni el aire ni las lluvias pueden dárselos.
Sucede, sí, que ciertas tierras adquieren por una disgregación, debida a la acción de la atmósfera y del tiempo, algunos principios necesarios, por ejemplo, para la producción del trigo, pero