abren hoy sus brazos fraternales a todos los pueblos de la tierra.
Aun el maravilloso Nilo, árbitro de la existencia de Egipto, al lado del Paraná quedaría oscurecido. Este como aquél, cada año se espacia por extensas llanuras, aunque la fecundidad que producen sus crecientes es un lujo de la naturaleza, perdido para el hombre en medio de las vastas comarcas que atraviesa, y de las dilatadas y numerosas islas que riega y fecundiza. Sus dichosos habitantes, tan reducidos en número, no disfrutan sino de una porción imperceptible de tantas y tan variadas producciones espontáneas.
Si se emplearan el arte y el trabajo, serían incalculables los beneficios del cultivo de más de cuatro mil leguas cuadradas, abonadas periódicamente por sus aguas.
El Paraná, como el Nilo, se divide en muchos brazos al vaciar sus aguas, y ambos tienen su embocadura en iguales latitudes, aunque en opuestas direcciones.
Su inundación como la del Nilo, se efectúa en la estación de las lluvias tropicales; no con la violencia de las avenidas de otros ríos, sino por una lenta gradación; de modo que, aunque se eleve muchos pies sobre algunas tierras, los árboles asoman ilesos sus copas por encima de las aguas, cediendo blandamente su follaje á los halagos de la mansa corriente, y todas las islas sumergidas, reaparecen en la bajante con mayor belleza y lozanía.
En un suelo tan ricamente abonado por el paso de las aguas y el detrito de las plantas, la labor se reduce a reprimir la exuberante vegetación de aquella esponjosa mezcla de lino y de mantillo.
¿Y como se han de equiparar las aguas turbias y