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Página:El Tempe Argentino.djvu/69

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Continuación del chajá. — 67

macho y hembra, con un afecto recíproco, en consorcio exclusivo e indisoluble.

Son tan extremosos en su cariño, que viven inseparables haciendo comunes sus temores, sus peligros y sus goces. Véseles siempre apareados, ya en sus paseos aéreos, ya en sus excursiones campestres, ayudándose en sus tareas de nidificación e incubación. Extiéndese el ardor que los anima hasta los débiles polluelos que acaban de nacer, abrigando y conduciendo ambos consortes con solicitud estos frutos de su unión; preservándolos con su vigilancia y su denuedo de la garra cruel de sus enemigos, hasta que la prole pueda bastarse a sí misma.

Estos esposos felices, después de concluidos los cuidados de la familia, buscan la sociedad de sus semejantes, y renuevan sus antiguas amistades, esperando, siempre fieles y constantes, la llegada de otra primavera que renueve sus amorosos placeres y sus tiernos afanes. Y cuando la muerte llega a romper tan dulce vínculo, el chajá que sobrevive, como si ambos no tuvieran más que una sola vida animada por el amor, no tarda en exhalar el último aliento entre fúnebres lamentos.

Descuret refiere un hecho interesantísimo sobre la ternura conyugal del chajá: "Bonnet criaba hacía muchos años un par de esos hermosos pájaros conocidos en Francia bajo el nombre de inseparables y que los ingleses llaman aves de amor. Cuando la hembra debilitada por la edad no podía alcanzar al comedero, el macho le daba el alimento con un cariño que encantaba; cuando llegó al estado de no poderse tener en pie, él hacia los mayores esfuerzos para sostenerla; y cuando murió, se puso el macho a correr con mucha agitación, probó varias veces