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una misma frase, empezando por tonos agudos que bajan gradualmente, a manera de solfeo, en tanto que toda la banda repite en coro la palabra de su nombre pirirí; de lo que resulta un concierto tan discordante como festivo, que parece más grotesco con las chuscas contorsiones de los cantores.

Los piriríes son algo mayores que el zorzal; su color es pardo, su plumaje muy ralo, su cola larga, y tienen un copete desairado. Vuelan poco; pueden considerarse como andadores o humícolas, porque frecuentemente andan por el suelo buscando insectos y pequeños reptiles para alimentarse.

Son más familiares y mansos que las mismas aves de corral. Parece que gustasen de la compañía del hombre, sin otro objeto que el de serle útiles, extirpando las sabandijas y larvas que saben arrancar de la tierra con sus corvos picos. Sus pichones se crían fácilmente con carne cruda, sin necesidad de enjaularlos, y se encariñan tanto de su dueño, que lo siguen a todas partes, aunque ande a caballo.

Viven en sociedad, formando pequeñas colonias, agrupados por simpatía, y andan siempre juntos. Construyen entre todos una habitación común, crían sus hijos juntos, viviendo en la más completa comunidad de tareas y de goces de familia.

Su nido común es un gran globo, formado de ramitas entretejidas, con su interior muellemente tapizado de lana y plumazón. Allí ponen sus huevos todas las hembras del aduar, y hacen las incubación echándose varias de ellas a la par, y turnándose con las restantes. Los huevos, del tamaño de los de la perdiz, son lindísimos, de un hermoso color celeste, jaspeados con vetas blancas de relieve, que al menor roce se desprenden.

Estas cuitadas avecitas son muy friolentas, a