espantosos, sobre sus semejantes, sobre su propia sangre, sobre si mismo, pues es el único ser que tiene la funesta prerrogativa del suicidio.
Créese generalmente que en el delta no sólo se encuentran todas aquellas especies inofensivas y provechosas para el hombre, sino que también son la guarida de feroces tigres. Esta es una creencia errónea, producida y alimentada por el mismo isleño,
que se complace en abusar de la credulidad de los puebleros, refiriéndoles cuentos de tigres, cuyas fechorías nunca pasan de haber robado la carne de la ranchada o arrebatado a un perro.
En efecto, hay tigres bastante astutos para atrapar un perro cerca del fogón o de la chalana, apretándole el pescuezo para que no grite y despierte a sus amos. Todos los habitantes de estas islas y costas están firmemente persuadidos de que estarán libres de las garras del yaguareté, siempre que tengan un perro a su lado.
A ser cierto la ferocidad que se supone en los tigres, o su abundancia en el delta, serían repetidos los casos funestos entre el considerable número de personas que se hallan en él o lo frecuentan, la