Cuando nos contestó las buenas tardes, conocí que era italiana.
—Doña Carolina,—le dijo el repartidor—aquí le traigo un forastero que anda medio en desgracia, y como el hombre busca trabajo, yo le he dicho que aquí puede ser que encuentre. ¿Qué le parece?
—Sí,—contestó la mujer, mirándome con atención;— si se queda por acá, luego ó mañana no más, han de venir del establecimiento de Torres... Lo pueden conchabar...
—Y usted, doña Carolina, ¿por qué no lo toma de dependiente? Es mozo vivo y capaz de ayudarla.
—¡Oh, yo!—dijo la gringa suspirando,—ya no pienso en eso. Se me ha ido la idea.
—No importa,—le dije,-me quedaré á esperar á los de Torres. Y, de mientras, sírvanos dos vasos de vino que sea bueno, que estoy galgueando de sed, y este compañero no le digo nada.