grienta de tanto manoseo, llena de garabatos y rayas y borrones. Escribí que era un primor, y ya estaba acabando cuando entró misia Carolina, que se quedó embobada al ver mi trabajo y me miró con admiración, casi con susto de que me le fuera á ir. Para admirada todavía más, le dije sobre el pucho;
—¿Sabe, señora, lo que se me ha ocurrido? Que, como yo sé fabricar coñac, hacer dos cuarterolas de vino de una sola, falsificar el bíter, el ajenjo, el anís, y todo lo demás, lo mismo que misturar la yerba buena con la mala sin que se conozca—podemos hacer aquí todas esas cosas. Usté ganaría muchísimo más que ahora, que está regalando la platita al licorero falsificador de Pago Chico.
Misia Carolina abrió tamaños ojos, se rió un poquito, pero no consintió en seguida.
—¡Eso es tan difícil! ¡sé necesitan tantas cosas!
—No crea, señora, con poco se hace.