cer una ropita decente, porque no me he de casar como un zaparrastroso.
Y agarrándola por la cintura, como para bailar, le grité:
—¡Ya verás, m'hijita, qué felices vamos á ser!...
Pero aunque el negocio me conviniera mucho, yo no dejaba de tener un poco de vergüenza, por las relaciones y la familia, que no iban á dejar de saber mi casamiento, porque al fin y al cabo yo no soy un cualquiera, aunque anduviese más pobre que las ratas... ¡Y se me ocurrió una idea macanuda!
—Mira, hijita—le dije sobre el pucho:—como vos sos viuda y yo soy un poquito más joven, como no tengo un real ni para remedio, afuera de lo que vos me das,—será mejor que tratemos de no dar que hablar á las lenguas largas: ya sabes lo mala y enredadora que es la gente, sobre todo en Pago