to á su propio ser caía de rodillas con un torrente de lágrimas de gratitud y de remordimiento, elevando hacia Dios sus manos cruzadas. El velo que ocultaba mi indulgencia se rasgó de arriba á abajo; volví á ver mi vida entera; la vi desde los días de la infancia, cuando me paseaba dando la mano á mi padre, la vi otra vez en medio de los trabajos austeros de mi profesión, y llegué finalmente, con un sentimiento de incredulidad, hasta los espantosos horrores de aquella noche. Hubiera podido ponerme á gritar, pero busqué en el llanto y en la oración el medio de borrar las figuras asquerosas y los ruidos espantables que volvían á mi memoria para anonadarme; y continuamente, en medio de mis oraciones, el rostro malo de mi iniquidad me miraba hasta las profundidades del alma.
Cuando el vivo dolor de esos remordimientos comenzó á calmarse, llegué poco á poco hasta ideas menos tristes. Lo que tenía que hacer en adelante era sencillo. Hyde no podía volver para el porvenir;