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El DR. JEKYLL.

gundos de respiro para que se repusiese su amigo, y le lanzó la pregunta objeto de su visita:

—¿Habéis visto alguna vez á uno de sus protegidos, un tal Hyde?

—¿Hyde?—repitió Lanyón.—No, jamás he oído nada de él. Su amistad debe ser posterior á nuestras pequeñas diferencias.

Esos eran los únicos informes que llevaba el abogado al regresar á su gran lecho sombrío, sobre el cual se agitó en todos sentidos hasta las primeras horas de la mañana. Fué una noche aquella de poco descanso para su atormentado espíritu, envuelto en obscuridades y asediado por la duda.

Las seis daban en la cercana iglesia, tan bien situada con respecto á la habitación del Sr. Utterson, y éste continuaba soñando en su problema.

Hasta entonces sólo le había considerado desde el punto de vista intelectual; pero en aquel momento estaba dominado por las diferencias, por los saltos de su imagi-