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El DR. JEKYLL.

— ¿Sois vos, Poole?

—Yo soy—dijo Poole—abrid la puerta.

El recibimiento estaba brillantemente alumbrado; un gran fuego ardía en la chimenea, y en derredor todos los criados, hombres y mujeres, confundidos, se estrechaban unos contra otros como un rebaño de carneros. Al ver al Sr. Utterson, una criada fué acometida de contorsiones histéricas; y el cocinero, exclamando:—¡Bendito sea Dios! es el Sr. Utterson—corrió hacia él como queriendo abrazarlo.

—¿Qué hay? ¿Estáis todos aquí?—dijo el abogado con aire triste.—Es muy irregular, muy inconveniente, y disgustaría mucho á vuestro amo.

—Todos están asustados—repuso Poole.

Desconcertados, permanecieron callados, ninguno protestó contra aquellas palabras; la doncella sola dejó oír su ahogado llanto y sus gemidos.

—Callad, de una vez—le dijo Poole, con un acento tan brutal que demostraba hasta qué punto tenía los nervios sobrexcitados;