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El cerco de pitas

también sin alientos. —¡Ahora lo comprendo todo!

¡Eso dicen en las comedias, farsante!

Y recogiendo las medias, se las arroja.

—¡Usalas de pañuelo! Así se las llevarás jaspeadas con el fruto de mis zarpazos: que sepa al menos "esa" con quién se las ha de ver.

¡No seas loca! Te juro que son medias de mi sobrina; que es ella quien me las puso. Oye: es una venganza de la chica. Tiene su gracia: lo verás.

Pero Corina, incrédula, cerrada a todo consuelo, rompe a llorar.

¡Es el colmo, el colmo del cinismo! — opina.

Y durante un mes, que resultará un año para Adolfo, le amargará la existencia con gemidos; pues al amado bribón, como ella lo llama, de nada le vale el ser escéptico, atrapado como está por Corina, con dientes y uñas.

Con estas últimas sobre todo, como se ha visto.