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Edmundo Montagne

II

Si Adolfo hubiese pensado un rato, no se vería ahora en las que se ve.

Notó demasiada solicitud en Berta, después de la broma del álbum. La jovenzuela le había cepillado la ropa con más esmero que de costumbre.

Llena de miramientos especiales, puso prenda sobre prenda en el respaldo de una silla, cerca de la cual se estuvo hasta que el tío comenzó a cambiarse.

Y ni en la calle siquiera se llevó el distraído hombre la mano al bolsillo.

De modo que cuando sacó aquello en casa de Corina, relación que Berta le conocía, se armó la gresca que presenciamos en este preciso instante, y que ha de ser memorable en la vida del solterónle grita arrebatada Corina.

¿Lo querrás negar talvez? Porque desvergüenza no te falta. ¡Un par de medias finas para señora!

— Canalla!

—No puedo negártelo! — le responde sudoroso, jadeante Adolfo, paseando en el cuarto, sin tener con qué enjugarse el rostro surcado de magníficos arañones recientes. — Te repito que ahora lo comprendo todo; que te calmes, por favor.

Largo tiempo hace que disputan. Hasta han rodado por el suelo: él en su afán de atajarse, ella intentando desfigurarle la cara.

—¡Ahora lo comprendo todo! —remeda Corina, despeinada, toda ella hecha una furia, aunque 1