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Edmundo Montagne

saltando al suelo. Ambas se han estremecido al llamado del carretero, más agudo que nunca. Y temerosas han ido a informarse de si aquel aviso infernal logró despertar a la señora.

Doña Rita, a estar despierta, hubiera visto aparecer en la puerta de su alcoba, primeramente el rostro sonrosado de la joven y luego la cabeza de ébano de la sirvienta.

—¡ Duerme ! — dice la joven.

— Milaglo! — contesta la negra.

¡Huí fi fíu, híu híuuu!...—viene el silbido de afuera, y en pos el "¡mulaa!" alargadísimo y el chasquido estallante del látigo.

Las dos mujeres se miran y no pueden hacer menos que reirse, tras el renovado susto.

—Si tía Rita se levanta, das tres golpes con el jabón en la tabla ¿eh?—ordena Carmen a Casimira, a quien deja bajo el alero.

—Ta güeno, niña — dice la negra, que no las tiene todas consigo. ¡Dios y la Vilgen nos ampare!

Carmen se va con su jarro. Casimira ha comenzado a lavar, suavecito, pensativa.

III

El mozo desde el camino y la moza desde adentro, quedan mirándose, interrogantes, sobrecogidos de terror. La tranquera aparece como embrujada.