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El cerco de pitas

Bandido de perro! ¡ Anda: dejame quieta!

Carmen, medio volcando la leche con la premura de llegar a casa, pregunta a Casimira:

—Yo creo que no nos vió, ¿ verdad?

—¡Ay! ¡Yo cleo que sí, niña! responde la criada muy por lo bajo, con disimulo.

II

A medida que en la nueva mañana crece el rumor de las carretas, el sol abre una nube que lo ocultaba y se derrama sobre la mar que cabrillea como plata en hervor; sobre los médanos de oro pálido; sobre el verde movedizo de los árboles que rodean las chozas de los pescadores, y llega más aquí, donde cargan la arena, y alcanza ya a la carreta que avanza próxima a las pitas de la casa.

¿No es la de Nicanor esa carreta? El cuidado de Carmen, la inquietud en la criada confidente, lo origina la posibilidad de que el mozo, creyéndose acechado por doña Rita, suspende esa mañana el silbido anunciador.

Por eso está la joven encaramada en un tiesto, mirando por sobre el cerco hacia los médanos distantes de donde vienen los areneros.

Avivan su rostro, lleno de emoción, la luz y la brisa marinas.

La negra a su lado teme y, recelosa, no deja de mirar a la casa.

— Qué locura! exclama de pronto la joven, -