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LA VIEJECITA DEL SALON

I AURA Dambré pintaba. A los veintiseis años miento innato, profundo y reavivado con tanto vigor cuanto que los inconvenientes de la vida diaria le oponían serios obstáculos.

Pobre como era, ¿a qué persevar?

Así opinaba a menudo don Perfecto, despachante de aduana e interesado en un gran comercio, el cual la pretendía. Entonces solamente dudaba la madre de Laura, doña Concepción, a quien de sus nueve hijos le quedaban a su lado la pintora y Jacinto, aprendiz grabador.

No siendo en el par de horas largas que duraba la irreprochable visita mensual de don Perfecto, muy otro era el sentir permanente de doña Concepción, sobre todo desde que Laura consiguiera atender la clase de dibujo de una escuela nocturna.

Pagar la pieza, comer todos los días y vestir