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El cerco de pitas

—¡20.000 pesos, hermanito!—Y volvía a reir y a hacer el ademán de agujerearnos el vientre con un estoque.

De repente Chicho desapareció. Parecía que la tierra se lo hubiera tragado. En la familia, no había dato alguno. Madre y hermanas se afligían, lo lloraban. Era la oveja extraviada de aquel redil.

Los años transcurrieron, y nada. Cada vez que iba yo por noticias a la casa, salía desgarrado. El pesar de la madre de Chicho me conmovía y desesperaba, pues no me era posible mitigarlo. A veces pensaba haberlo provocado con mi visita y me remordía por ello.

Por fin, la semana pasada recibí, con la sorpresa de un aereolito caído a mis pies, una tarjeta postal de Chicho que sus hermanas se encargaron de remitirme. Está fechada en Gaeta, Italia, y dice: "Baci, carezze, dice la canzone, e saluti cordiali assieme a la tua famiglia manda el tuo amico Chicho".

—¡En la guerra! — exclamé — ¡En la guerra los cuatro años de ausencia!

Y me eché en cara el no haber pensado en esa posibilidad, el no haber creído a mi amigo de la infancia capaz de un bello gesto digno de quien había sido un admirable comentador de César.

Cierto es que yo jamás pensaba en que el ausente era italiano. Pero mi deslumbramiento lo recibí al siguiente día, cuando la hermana de Chicho, cuyos ojos lo recuerdan vivamente, me leyó la carta del perdido, tardía pero triunfal, que re-