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EN EL CHARCO

E SA señora que en aquel barrio del suburbio vive sola, en una casita a la que da aspecto misterioso la puerta de calle cerrada a todas horas del día, no debe merecerse quizá el sobrenombre que le han puesto. Esa señora puede tener cualquiera edad intermedia entre los treinta y ocho y los sesenta años. Y en cuanto a su locura, es mucho adelantar suponérsela por el hecho de su soledad y su perro obscuro, pequeño y gordinflón.

Pero "vieja loca" le quedó de apodo porque una vez alguien la tildó de tal.

Quien la llamó y la llama así es una vieja en realidad: Josefa, vieja cetrina, apretada y rugosa como un sarmiento; rostro de constante expresión rapaz, a la que contribuye un entrecejo fruncido, unos ojos de mirar vidrioso, una boca de invisibles labios casi perdida entre la aproximación de la nariz ganchuda y la barbilla saliente.

Josefa se pasa el día en la vereda mal enladrillada del barracón en que vive con su hija, su cu-