Página:El cerco de pitas (1920).pdf/29

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
25
El cerco de pitas

EL CERCO DE FITAS

25 ha vuelto ella hacia las aguas la mirada hasta allí extática de sus extraños grandes ojos claros. Ha inmergido los brazos y va levantando sufridamente, para no perder las fuerzas y el equilibrio, algo que parece habérsele prendido en las piernas. Es Perto, difícilmente arrancado de ese prendimiento angustioso bajo las aguas, pero que logra al fin ser elevado sobre ellas, entre los dos brazos blancos y trémulos de la señora. La cabeza libre de la bolsa y enrojecida, las manos crispadas, agárrase Perto del cuello de eses ser salvador que ignora, lanzando incesantemente bocanadas de agua.

Da la señora el primer paso, declive arriba, hacia su acera, cuando se acerca Santos cuidadosamente en su caballo.

—¡Señora! ¡ señora! — exclama agradecida, húmedos los ojos, la madre del chico, sin lograr borrar del todo el "jé, jé" de celos de la vieja Josefa.

—Gracias, gracias dice conmovido Santos, tomando al niño que sostiene un rato aún boca abajo.

Y entre el silencio de los demás espectadores, la señora gana la acera, acortada la respiración, sudorosa, rendida bajo el peso enorme de sus ropas ensopadas. Se toma de la puerta para no caer.

Y entra a su casa seguida del perro, el cual, durante toda la escena, había quedado en la orilla, lloriqueando desesperado ante el peligro de su dueña.

-