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El cerco de pitas

An


35 que luchó a brazo partido para libertarse de Rectales. Aquel orgullo era digno siquiera de la gran bandera roja.

Pero ¿ dónde está, qué se hizo, cómo se disolvió el púrpura rutilante del inmenso celaje en que tenía perdida la mirada? Aquella bandera del cielo, en la que creyó ver la de Damián, es ahora oscura como un borrón: es la enseña de su vergüenza; es esa ola lodosa que suele avanzar en su alma al recuerdo de su pasada claudicación ante Rectales.

Va a caer como abatida para siempre, cuando oye que la anciana se acerca llamándola. Apóyase en la balaustrada.

—Te puede hacer mal el sereno: la noche ya ha entrado.

—Sí, madre—suspira desgarrada Alda Flora,la noche ya ha entrado.

Y sin poderse contener, huyendo su mirada del aciago crepúsculo, se echa a llorar en brazos de la trémula anciana.