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Edmundo Montagne

años, los requiebros de Anselmo Rectales? ¿Es que los atendió, acaso? Peor para ella si no fué así.

Su actitud pasiva facilitó el compromiso. La oscura vergüenza la invade de nuevo, pero no logra apagar el recuerdo de la vida que severamente taeha ella misma de infame: de esa su vida de matrimonio con un hombre voraz de vulgares logros, hinchado de vanidad, que le arrancó su hijito de ocho años para enviarlo a Europa, en un afán de educación a lo grande; que con la muerte del niño perdió el resto de su conducta entregándose al juego y a las queridas costosas y depravadas. ¡Ah!, y es la ley Damián Desvel, la ley de divorcio que lleva el nombre del único hombre a quien amó, la que vino a restituirla al hogar, redimida y rehabilitada, junto a sus padres que la quieren más ahora por saberla infeliz y sin consuelo.

Su mayor tortura es comprobar momento por momento que todo agradecimiento a Damián es imposible: cada vez que ese sentimiento despierta en su alma, lo sofoca la convicción de lo miserable de la ofrenda, y un nuevo sentimiento más hondo y pujante, el del sacrificio, lo reemplaza y la subleva contra la indignidad de haberse entregado a un hombre vulgar y pérfido, como si en efecto no hubiera sido ella capaz de compartir honrosamente el apostolado y las vicisitudes en que se mantiene inquebrantable Damián.

Este pensamiento es un latigazo en su corazón.

Se pone de pie, electrizada por el orgullo con