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El cerco de pitas

rado con desafío. La puerta se cierra no bien desaparece la falda y el botín fino de la intrusa.

Carmen arroja fuente, platos y vasos al suelo, donde se quiebran con estrépito. Lánzase como un tigre sobre el acordeón que fulgura en el banco, y clavando las uñas en los pliegues semiabiertos del fuelle, rasga el instrumento en dos mitades, que deja caer, agitada de coraje.

Doña Isabel, saltando sobre la vajilla rota, toma a su hija en brazos y la sacude, interrogándole por qué hizo eso.

Los parroquianos acuden al sitio del arrebato.

Entre ellos, seguido de Rosina, ábrese paso Pepucho, fruncido el ceño sobre los peludos ojos oscuros, el ademán violento. Recoge los trozos del acordeón. Se los refriega a Carmen en la cara, rugiéndole:

¡Por questo, corpo di Baco, io lo giuro: non mi marito piú co te!

Carmen arráncale un trozo de acordeón.

—¡Ah, porco, fetente!—contéstale furibunda, ensañada, haciendo volar esa mitad de "filarmónica", que choca en quesos "di cavallo", chorizos y papeles rizados, levantando de su sueño a un copioso enjambre de moscas.

Y mientras aquellos animalitos van a posarse en los rostros admirados de los circunstantes, los cuales observan a Rosina y se dan cuenta del altercado de celos, Pepucho encasqueta, brutal, la otra mitad del acordeón en la cabeza de su destructora.