Página:El cerco de pitas (1920).pdf/77

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida

EL LUGAR DE LA DICHA

L A tarde primaveral arrojaba afuera a los vecinos deseososo de aprovechar paseando un domingo tan bello.

Alejado el rumor de las últimas llaves echadas a sus puertas y de sus pasos en el corredor, la gran mansión de departamentos se llenó de un sosiego conventual.

Esta es la mía, me dije, dispuesto a desquitarme con un baño de silencio, diré, del suplicio de los ruidos diarios de aquella casa infernal, en la que hacía sólo quince días habitaba.

Abrí de par en par mi ventana, miré el patiecito de la planta baja, en que malvivían en tiestos herrumbrosos algunas plantas polvorientas, paseé la mirada por el pelado y triste muro lindero y la levanté hacia el cielo azul, cuya luz era un bálsamo para mi espíritu. Y con el fin de seguir bebiéndola, de continuar recibiendo su sedante caricia, volvíme a mi asiento y allí me quedé cara arriba, mudo, arrobado, con la ilusión divina de que me diluía en el infinito.