Roma, en la época mas hermosa que hay en su historia, vió renacer en su seno todos los crimenes de la tiranía, y estuvo á pique de perecer, por haber reunido en unas mismas cabezas la autoridad legislativa y el poder soberano.
Sin embargo, los mismos decemviros no se arrogaron jamás el derecho de sancionar alguna ley por su propia autoridad. Nada de lo que os proponemos, decian al pueblo, puede pasar á ser ley sin vuestro consentimiento. Romanos, séd vosotros mismos los autores de las leyes que han de hacer vuestra felicidad.
El que redacta las leyes no tiene pues, ó no debe tener ningun derecho legislativo; y el pueblo mismo, aunque quiera, no puede despojarse de este derecho incomunicable, porque, segun el pacto fundamental, solo la voluntad general obliga á los particulares, y no se puede estar cierto de que una voluntad particular sea conforme á la voluntad general hasta que se haya sometido á la libre votacion del pueblo: ya hé dicho esto en otra parte; pero no considero inútil repetirlo.
De este modo se encuentran á la vez en la obra de la legislacion dos cosas que parecen incompatibles; una empresa superior á las fuerzas humanas, y viniendo á la ejecucion, una autoridad que no es nada.
Aun hay otra dificultad que merece nuestra atencion. Los sabios que quieren hablar al vulgo en un lenguaje diferente del que es-