tenido, en todo el tiempo de su duracion, un espacio muy corto para ello. Casi todos los pueblos, lo mismo que los hombres, solo son dóciles en su juventud, y se hacen incorregibles á medida que van envejeciendo. Cuando las costumbres están ya establecidas y las preocupaciones arraigadas, es empresa peligrosa é inútil querer reformarlas; el pueblo no puede ni aun sufrir que se toquen sus males para destruirlos, semejante á aquellos enfermos estúpidos y sin valor que tiemblan al aspecto del médico.
No quiero decir con esto que, asi como algunas enfermedades trastornan la cabeza de los hombres y les quitan la memoria de lo pasado, no haya tambien á veces en la duracion de los estados épocas violentas, en las cuales las revoluciones produzcan en los pueblos lo que ciertas crísis en los individuos; épocas en que el horror á lo pasado sirva de olvido, y en las que el estado, abrasado por las guerras civiles, renazca, por decirlo asi, de sus cenizas y recobre el vigor de la juventud al salir de los brazos de la muerte. Tal se mostró Esparta en tiempo de Licurgo, tal se mostró Roma despues de los Tarquinos, y tales han sido entre nosotros la Holanda y la Suiza despues de la espulsion de los tiranos.
Pero estos acontecimientos son raros; son escepciones cuya razon se encuentra siempre en la constitucion particular del estado esceptuado. Ni pueden suceder dos veces para el mismo pueblo; pues este bien puede hacerse