suyo, para darse cuenta de todos los objetos y grabarlos en la memoria. En la habitación no había nada de particular. Los muebles, de madera amarilla,eran muy viejos: un sofá con gran respaldo vuelto, una mesa de forma ovalfrente a frente del sofá, un lavabo y un espejo entre la dos ventanas, sillas a lo argo de las paredes, dos o tres grabados, sin valor, que representaban señoritas al manas con pájaros en las manos; a esto se reducía el mobiliario.
En un rincón, delante de una pequeña magen, ardía una lámpara; tanto los muebles como el sucio relucían de puro impios.
«Es Isabel la que arregla todo esto»—pensó el joven.
En toda la habitación no se veía un grano de polvo.
«Es preciso venir a las casas de estas malas viejas viudas para ver tanta limpieza»—continuó monologando Raskolnikoff, y miró con curiosidad la cortina de indiana que ocultaba la puerta corre pondiente a otra salita; en esta última, en la que jamás había entrado, estaban la cama y la cómoda de la vieja.
—¿Qué quiere usted?—preguntó secamente la dueña de la casa, que, habiendo seguido a su visitante, se colocó frente a él para examinarle de cerca.
—He venido a empeñar una cosa. Véala usted.
Y sacó del bolsillo un reloj de plata viejo y aplastado, que tenía grabado en la tapa un globo. La cadena era de acero.
—Aun no me ha devuelto usted la cantidad que le tengo prestada; anteayer cumplió el plazo.
—Le pagaré aún el interés e otro mes; tenga un poco de paciencia.
—Conste, amiguito, que puedo esperar, si quiero, o vender el objeto empeñado, si se me antoja...
—¿Qué me da por este reloj, Alena Ivanovna?
—Lo que trae aquí es una miseria; esto no vale nada. La otra vez le di a usted dos billetes pequeños por un anillo que se puede comprar nuevo en la joyería por rublo y medio.
—Déme usted cuatro rublos y lo desempeñaré. Perteneció a mi padre. Pronto recibiré dinero.
—Rublo y medio, y he de cobrar el interés por adelantado.
—¡Rublo y medio!—exclamó el joven.
—Acepta usted, ¿sí o no?
—Y dicho esto, la mujer alargó el reloj al visitante. Este lo tomó e iba a retirarse, irritado, cuando reflexionó que la prestamista era su último recurso; además, había ido allí para otra cosa.
—¡Venga el dinero!—dijo con tono brutal.
La vieja buscó las llaves en el bolsillo y entró en la habitación contigua. Cuando el joven se quedó solo en la sala, se puso a escuchar, entregándose a diversos cálculos. A poco oyó cómo la usurera abría la cómoda.
«Debe ser el cajón de arriba—supuso Raskolnikoff—; ahora sé que lleva las llaves en el bolsillo derecho, y que están todas reunidas en una anilla de acero... Una de ellas es tres veces más gruesa que las otras, y tiene las guardas dentadas; esa llave no es de la cómoda, seguramente. Por lo tanto, debe haber alguna caja o alguna arca de hierro... Es curioso. Las llaves de las arcas de hierro son generalmente de esa forma... ¡Pero qué innoble es todo estol...
Volvió a entrar la vieja.
—Mire usted: como cobro una grivna[1] al mes porcada rublo, y empeña usted el reloj en rublo y medióle desquito 15 kopeks y queda satisfecho el interés por adelantado. Además, como usted me suplica que espere otro mes para devolverme los dos rublos que le tengo prestados, me debe usted por este concepto 20 kopeks, que. unidos a los 15 que le desquito, componen 35. Tengo, pues, que darle a usted un rublo y 15 kopeks. Aquí están.
—¡Cómo! ¿De modo que no me da usted ahora más que un rublo y 15 kopeks?
—Nada más tengo que darle a usted.
Tomó el joven el dinero sin discutir.
Miraba a la vieja sin darse prisa a marcharse.
Parecía tener intención de hacer
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- ↑ Moneda de diez kopeks equivalente a cuatro céntimos de franco. El rublo, que vale unos cuatro francos, se divide en diez kopeks.