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bitantes de la casa contra el frío, veíanse los resplandores del fuego, encendido en el interior. El aire estaba en calma.

Los habitantes de aquella casa eran deportados políticos, que habían venido de lejos. ¿Cómo y en qué condiciones habían llegado allí, a aquellas frías llanuras? Makar no lo sabía ni le importaba. Pero le gustaba estar con ellos, porque eran buenos para él y le pagaban siempre como es debido.

Dentro ya de la casa, Makar se dirigió inmediatamente a la chimenea y se puso a calentar sus manos heladas.

—¡Cha!—dijo, expresando con esta exclamación que tenía frío.

C₂ Los habitantes de la casa estaban allí. Sobre la mesa había una bujía encendida. Los hombres no hacían nada. Uno de ellos estaba echado en cama, fumando y observando los círculos de humo de su cigarrillo, mientras reflexionaba profundamente. El otro, sentado cerca de la chimenea, miraba, pensativo, las lenguas de fuego que lamían la leña.

—Buena salud!—dijo Makar, por romper aquel silencio, que le disgustaba.

Naturalmente, ignoraba el dolor que oprimía los corazones de aquellos hombres, los recuerdos que asaltaban sus cerebros aquella noche, las imágenes fantásticas que veían en el fuego y en el humo de la chimenea. Por otra parte, él tenía sus preocupaciones propias.

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