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manecía sentado en el umbral de la choza. Sus bigotes le llegan casi hacia la cintura; sus ojos son obscuros. Se diría que trata de recordar alguna cosa en vano.

Buenos días, abuelo! Hay alguien en casa?

—Eh!—y el viejo dijo que no con la cabeza—.

No están ni Zajar ni Máximo. Motria se ha ido también al bosque, a buscar la vaca... La vaca se ha extraviado, probablemente. Quizá la hayan devorado los osos... No, no hay nadie...

—No importa, esperaré, te haré compañía...

—Bueno, si quieres...

Y mientras ato mi caballo a una encina, el viejo me mira con sus ojos débiles y obscuros. Es muy débil, muy débil; no ve casi nada y sus manos tiemblan.

¿Quién eres tú, buen mozo?—me pregunta cuando me he sentado a su lado.

Cada vez que vengo me hace la misma pregunta.

—¡Ah! Ahora caigo. Sí, sí, ya me acuerdo—dice, contento, mientras compone una vieja bota rota. Mi vieja cabeza no conserva memoria de las cosas... Es como una criba... De los que han muerto hace mucho tiempo, me acuerdo bien, muy bien; pero a la gente nueva la olvido siempre. Porque, ya ves, vivo desde hace tanto tiempo en este mundo...

— Hace mucho tiempo que vives en él?

— Anda, anda! Muchísimo tiempo. Ya EL DIA yo

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