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en él en la época en que los franceses vinieron aquí para combatir a nuestro Emperador.

¡Entonces, ya has visto algo! ¡Podrías contar muchas cosas!...

Me mira con extrañeza.

—¿Yo? ¿Pero qué es lo que yo he podido ver?

Nada más que el bosque. Siempre hace ruido; noche y día, invierno y verano. Yo, como esos árboles, he pasado aquí toda mi vida y no me he dado cuenta de ello. Ya es hora de morir; pero a veces, cuando empiezo a reflexionar, me pregunto si he vivido verdaderamente o no. Quizá yo no he vivido jamás...

El extremo de una nube negra se deja ver detrás de las copas espesas, encima del calvero. Las ramas de los pinos que rodean la casa se agitaban al impulso del viento. El ruido del bosque se ha hecho más fuerte. El viejo levantó la cabeza y prestó oído.

—El huracán se acerca—dice—. ¡Bien le conozco! ¡Digo, digo! Cuando el huracán se pone a gruñir, a tirar los pinos, a desarraigarlos de la tierra... es cosa que da escalofríos. Es "el demonio dc la selva" que se enfurece—añadió más bajo.

—¿Cómo lo sabes tú, abuelo?

—¡Oh, eso... yo lo sé muy bien! Entiendo el lenguaje de los árboles. Porque, mira, los árboles también tienen miedo. Por ejemplo, el álamo alpino, ese árbol maldito..., siempre está gimiendo.

Tiembla hasta cuando no hace viento. El pins, también; cuando hace buen tiempo canta dulce-