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cosas terribles. Pero Román no lo tomaba en serio.

—Haces mal en gritar—decía tranquilamente a Oxana. Yo no afirmo nada; digo solamente que no sé si era mío o no. Porque, mira, antes no eras mía y tampoco vivías en el bosque, sino entre la gente. ¿Sé yo lo que pasaba por allí? Ahora que estás aquí conmigo, estoy seguro; pero antes...

Hace algunos días, cuando fuí al pueblo, una mujer me dijo: "¡Es raro lo pronto que has hecho un hijo!"¿Comprendes?... ¡Basta de llorar y de gritar! ¡Cállate, que si no te pego!

Oxana secaba a toda prisa sus lágrimas y se callaba. Verdad es que a veces se permitía reñir a Román y hasta darle algún golpe; pero cuando él se enfadaba, le tenía miedo; en estos momentos, le colmaba de caricias, de besos; le miraba con ternura en los ojos, y Román no tardaba en calmarse. Tú, buen mozo, no lo prendes todavía pero yo que he vivido tanto, conozco la vida. Y te diré que las mujeres saben acariciar admirablemente, de manera que al hombre más enfadado le vuelven dulce como un cordero. ¡Ya, ya! ¡Yo he visto mujeres de esas! Y Oxana era tan bellaque no se veía otra igual. Las mujeres no son todas iguales.

Pues bien; una vez se oyó el cuerno en el bosque: ¡tra—ta, tará—tará, ta, ta, ta! Todo el bosque se llenó de sonidos alegres. Yo era entonces muy pequeño y no comprendía lo que significaba aquello. Los pájaros, asustados, echaron a volar lle-