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go. El vergajo es amargo, y, sin embargo, yo le prefería a una mujer. Os doy las gracias, mi buen señor, por haberme enseñado a comer miel.

—Bien, bien—respondió el señor—. Para agradecérmelo mejo¹, irás con mis cazadores y me traerás mucha caza.

—Y cuándo queréis que vayamos?

—Vamos a beber otro poquito—respondió el señor Opanas nos cantará algo, y luego saldremos.

Román le miró y dijo:

—Va a ser difícil eso; se hace tarde, el pantano está muy lejos de aquí... Además, el ruido del bosque anuncia el huracán. En este tiempo es difícil cazar.

El señor estaba ya un poco borracho, y cuando estaba así, se enfadaba fácilmente. Al ver que todos los que estaban allí daban la razón a Román, diciendo que el tiempo presentaba mal cariz, se llenó de cólera, dió un puñetazo... y todo el mundo se calló.

Opanas era el único que no tenía miedo al señor. Cogió su laúd, se puso a templarle, y mirando al señor fijamente a la cara, dijo:

—Reflexiona bien, señor; no se manda cazar a la gente cuando sopla el huracán; sobre todo, de noche.

¡Era muy valiente aquel Opanas! Los otros temblaban ante el señor; pero a él le importaba un bledo. Era un libre cosaco. Siendo todavía muy pequeñito, un viejo músico cosaco lo llevó allí, de

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