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copa, el alma se regocijaba; después de la segunda, el paraíso se abría ante uno, y si uno no tenía costumbre de beber, a la tercera rodaba por el suelo.

¡Era muy truhán el señor! Quería emborrachar a Román con su "vodka"; pero Román tenía una cabeza firme, y ningún “vodka" en el mundo hubiera sido capaz de hacerle perder la razón. Bebió la primera copa, la segunda, la tercera; pero no produjeron en él ningún efecto. Solamente sus ojos brillaban más que de costumbre, como los de un lobo. El señor se enfadó.

—¡Es un diablo! Se diría que bebe agua y no "vodka". Otro, en su lugar, tendría ya lágrimas en los ojos, y él sonríe...

El señor sabía bien que, si uno empieza a llorar después de haber bebido, caerá muy pronto como muerto. Por esta vez se había engañado.

—No ten motivos para llorar—dijo Román—.

Nuestro buen señor ha venido a felicitarme, y yo sería el último de los canallas si me echara a llorar como una vieja. Gracias a Dios, no tengo por qué llorar. Prefiero que sean mis enemigos los que viertan lágrimas.

—Entonces, ¿estás contento? — preguntó el señor.

—Y por qué no he de estar contento?

—Pero ¿te acuerdas de los vergajazos que tuve que darte para que te casaras?

—Que si me acuerdo! Yo era entonces tan tonto, que no sabía lo que es dulce y lo que es amar-