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iban allí desde la mañana hasta la noche, y llamó:

—Iankel! ¡Eh, Iankel! ¿Estás ahí?

—No está aquí, ya lo ve usted—respondió Iarko.

—¿Dónde, entonces?

— Naturalmente, en la ciudad! ¿Es que no sabe usted qué día es el de hoy?

—¿Qué día es?

—¡Iom—Kipur!

"¡Vaya una explicación!", pensó el molinero, que no comprendió nada.

Hay que decir que Iarko era un hombre letrado y orgulloso. Gustaba de demostrar su erudición, sobre todo ante el molinero. Hasta sabía cantar en la iglesia; pero su voz era un poco acatarrada, y le era difícil rivalizar con el otro; en cambio, le superaba en todas las demás cosas. Por cada palabra que decía el molinero, Iarko encontraba una docena. Cuando el molinero dccía “no lo sé", Iarko respondía "pues yo sí lo sé". En fin, un hombre de mal carácter...

Esta vez ocurrió lo de siempre: para confundir al molinero había pronunciado una palabra muy rara. El pobre molinero empezó a rascarse la cabeza.

—Parece ser que ni siquiera sabe usted qué fiesta es ésa—preguntó con maldad Iarko.

—Yo no estoy obligado a conocer todas las fiestas judías!—respondió el molinero. Yo no estoy a su servicio...

—Se equivoca usted al decir "todas las fiestas”.