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¡Buenas noches! Os reconozco bien. Podéis esconderos todo lo que queráis, pero procuradme para mañana el dinero que me debéis. No espero ya más, os lo aseguro.

Y seguía su camino, y su sombra corría tras él.

Era tan negra, que el molinero, que sabía leer y gustaba de pensar cosas elevadas, se decía:

—¡Es extraño: mi chaqueta es blanca como la harina, y mi sombra es negra como el hollín!

Pronto llegó a la taberna del judío Iankel (1), que estaba sobre una colina. Aunque el sábado, día festivo de los israelitas, tocaba ya a su fin, ni Iankel ni sus hijos estaban allí; sólo se veía a su mozo, Iarko, que les reemplazaba siempre lo3 sábados y días de fiesta. Iarko encendía las bujías y recibía el dinero de los clientes, porque, como todo el mundo sabe, los judíos son muy religiosos y su religión les prohibe durante sus fiestas percibir dinero y encender ias bujías. Todo esto lo hacia por ellos Iarko, un viejo soldado, en tanto que Iankel, la mujer o les hijos vigilaban sus movimientos para que no cayera, por casualidad, alguna moneda en los bolsillos del mozo. "¡Qué ladinos son estos judíos—pensaba el molinero—.

Saben contentar a su Dios y, al mismo tiempo, no se dejan engañar. Además son muy inteligentes, mucho más inteligentes que nosotros!" Se detuvo ante la puerta de la taberna, cerca de la cual se veían numerosas huellas de clientes que (1) Jacob.