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laúd no es un instrumento muy complicado; pero cuando se le sabe manejar habla con una voz elocuente. Le bastaba a Opanas tocarle con sus manos, y él se lo decía todo: cómo se agita el bosque bajo la tempestad, cómo sacude el viento la hierba seca y cómo lloran los sauces sobre la tumba de un cosaco.

¡No, buen mozo, vosotros no oiréis jamá.:

una música como aquélla! Llegan por aquí con frecuencia personas que han visto algo, que han pasado por Kiev, Poltava y por toda la Ukrania, y todos dicen que no hay ya buenos tocadores de laúd ni en las ferias ni en las romerías. Yo tengo un laúd. El mismo Opanas me enseñó a tocarle. Pero cuando yo me muera, que ya será pronto, en ninguna parte del mundo se sabrá tocar bien el laúd.

Opanas se puso a cantar una canción, acompañándose con el laúd. Su voz era dulce y melancólica, y penetraba directamente en el corazón. Aquella canción la había improvisado expresamente para el señor. Yo le he suplicado después que me la cantara otra vez, pero no quiso.

—Aquel para quien la canté no existe ya—decía. No vale la pena de volverla a cantar.

En esta canción le decía al señor toda la verdad todo lo que le iba a suceder. El señor, al oírla, lloraba; pero, probablemente, no entendió su significado.

No me acuerdo más que de una parte de aquella canción. Oye algunos fragmentos:

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