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T 15 —En eso tiene usted razón. Yo, por ejemplo, y eso que he tomado parte en la guerra contra los infieles y he sido condecorado con una medalla, no iría en esas condiciones a la ciudad. Me habría quedado en casa, y el Japun no hubiera podido llevarme.

—Pero, ¿por qué? ¿Es que no puede venir a la casa lo mismo?

—No me comprende usted? Se lo voy a explicar. Pongamos que usted va a comprar una gorra; ¿dónde iría usted?

—A una sombrerería, naturalmente.

—¿Y por qué?

—Toma! Porque allí hay todas las gorras que uno quiera.

—Pues bien; hoy, en la sinagoga, hay también todos los judíos que uno quiera. Gritan y lloran tan fuerte, que se les oye de un extremo a otro de la ciudad. Naturalmente, Japun, que tiene que llevarse un judío, sería tonto buscándole en los campos, en los bosques y en las aldeas. No tiene a su disposición más que un solo día al año y no va a perder el tiempo, tanto más cuanto que en ciertas aldeas no hay ni un solo judío...

—Apenas habrá una que otra.

—Pero así y todo, las hay. En fin, en la Sinagoga, Japun tiene mucho y bueno donde elegir.

Ambos callaron. El molinero temía que Iarko se pusiera de nuevo a decirle cosas incomprensibles, y estaba malhumorado. Por las ventanas seguía oyéndose el zumbido de los judíos.