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● 193 —No. Continúe usted, se lo ruego. Le escucho.

—Sí—continuó—. He sufrido mucho por causa de ella. Durante toda la noche, mientras íbamos de camino, llovió y el tiempo fué muy malo. Yo no veía a la señorita, porque había mucha obscuridad, y, sin embargo, diríase que la tenía constantemente delante de los ojos, con su rostro enfadado, temblando de frío, descompuesta por la cólera. En el momento de ponerse en camino la quise abrigar con mi pelliza. "Póngasela—le dije—» eso la calentará algo." Pero ella la rechazó desdeñosamente. "Es de usted, y no la quiero." Era verdad, la pelliza era mía, pero empleé un pequeño ardid. "No—le respondí—, no es mía; nos la han dado para usted." Solamente entonces accedió a ponérsela.

Pero la pelliza no le sirvió gran cosa; al romper el alba, cuando hubo alguna claridad, miré a la joven y mi corazón se oprimió. ¡Qué desgraciada parecía!

Ordenó en seguida a Ivanov que cambiara de sitio conmigo. El no se atrevió a desobedecer. Me senté al lado de ella.

Estuvimos caminando tres días y tres noches sin detenernos en ninguna parte para pernoctar; según el reglamento, no teníamos derecho a detenernos por la noche más que en las poblaciones donde hubiera puestos militares. Y en nuestro recorrido no las había.

Al fin llegamos a nuestro punto de destino. Yo tuve una alegre sorpresa cuando vi la población

EL DIA

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