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dieron esta vez; pero Japun estaba visiblemente turbado.

—Me estás contando cuentos—dijo—, y por causa tuya voy a llegar tarde. Prefiero un judío flaco en mi mano a un cristiano gordo en perspectiva.

Pronto, en marcha!

Extendió sus alas, se levantó algunos metros por encima de la presa, y se arrojó de nuevo, como un gavilán, sobre el pobre Iankel, hundiéndole las garras en la espalda.

El pobre viejo se puso a gemir, extendiendo las manos hacia su taberna.

¡Oh, mi querida mujer! ¡Oh, mis pobres hijos! ¡Señor molinero, tenga usted piedad de mí!

No tiene usted que decir más que tres palabras para salvarme. Veo bien que está usted escondido en el matorral. ¡Tenga usted piedad de un pobre judío, que tiene también un alma, como los cristianos!

Gritaba de tal modo que desgarraba el corazón.

Hasta el molinero sentía su corazón oprimido, como si alguien se lo apretara con la mano. El diablo se mantenía siempre muy bajo, sobre la presa, apretando entre sus patas al judío, que se agitaba. Diríase que no tenía fuerzas para subir más alto.

El molinero lo miraba lleno de impaciencia.

"¡Qué bruto es ese diablo!—pensaba—. ¡No hace más que atormentar inútilmente a lankel y perder el tiempo! El alba se acerca, y, una vez pasada la noche, no podrá ya..."