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Pero apenas había tenido este pensamiento cuando el diablo, lanzando una formidable carcajada, se elevó rápidamente por encima de la presa. El molinero, levantándose, alzó la cabeza y siguió con la mirada. Al cabo de un minuto, el diablo parecía pequeñito como un cuervo, luego como un gorrién, luego como una mosca; al fin, desapareció del todo.

Y entonces el molinero experimentó un miedo loco. Sus rodillas temblaban, sus dientes rechinaban, sus cabellos se erizaban en la cabeza. Perdió casi el conocimiento, y no se acordaba bien de lo que pasó después.

VI

—¡Tan, tan, tan!

Alguien llamaba a la puerta del molino.

—Tan, tan, tan, tan, tan!

Los golpes redoblaban con más fuerza. Parecía que temblaba todo el molino. El molinero pensó con horror que acaso fuera el diablo quien llamaba: no en balde el judío le había murmurado algo al oído.

Y metió la cabeza debajo de la almohada.

Tan, tan, tan! ¡Eh, patrón, ábrame la puerta!

Era el obrero Gavrilo; pero el molinero no tenía confianza, y estaba seguro de que era el diablo, que imitaba la voz de su ayudante.

— No abriré!

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