—Pero, ¿por qué, si soy yo?
—¿Gavrilo?
—¡Pues, naturalmente!
—Júralo en nombre de Dios!
45 —Pero, veamos...
—¡Júralo, te digo!
—Pues bien, le juro a usted que soy yo. ¡Es una idea chusca esa de creer que no soy yo. ¡No comprendo lo que le pasa a usted!
Pero el molinero tenía todavía sus dudas. Subió al piso superior y miró por la ventanilla que estaba sobre la puerta.
En efecto, cerca de la puerta estaba Gavrilo de pie. El molinero respiró con alegría, bajó y abrió la puerta.
Cuando Gavrilo vió a su patrón, retrocedió estupefacto.
—Pero, ¿qué tiene usted?
—¿Cómo?
—¡Está usted blanco como la harina!
—¿Por qué camino has venido? ¿Por la orilla del río?
—Si.
—No has mirado hacia arriba?
—Quizá; no me acuerdo.
Y no has visto a nadie?
—Pero ¿qué es lo que iba a ver?
—¡Ah, qué bruto eres! Pues al que acaba de llevarse al judío Iankel.
—Pero, ¿quién diablos podía llevársele?
—¿Que quién? Pues, naturalmente, el diablo