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Página:El día del juicio (1919).djvu/51

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47 tinguir bien el trigo de la cebada. Sé que para trabajar hay que ir al molino, y para beber, a la taberna. Ahora, usted que se cree tan inteligente, dígame: después de la desaparición del judío, ¿quién tendrá la taberna?

—¿Quién?

—Sí, sí, ¿quién?

—No podría ser yo?

—¡¿Usted?!

Gavrilo fijó nuevamente en el molinero la mirada, con los ojos muy abiertos de sorpresa, meneó la cabeza, chasqueó la lengua y dijo:

—Eso ya es otra cosa!

Hasta este momento, el molinero no se había dado cuenta de que a su obrero le costaba gran trabajo tenerse en pie, y que se veían en su rostro señales de golpes recibidos en alguna riña.

Era tal aquel rostro, a decir verdad, que cualquiera, al verlo, sintiera deseos irresistibles de escupirle. A pesar de eso, era Gavrilo muy aficionado a las mujeres, y cuando las fastidiaba demasiado, los mozos de la aldea le pegaban como a un perro. Lo más raro es que las mujeres no siempre le rechazaban.

Después de una pequeña pausa, el molinero dijo:

—Oye, hijo mío: hoy te vas a acostar conmigo. Cuando un hombre ha visto lo que he visto yo, tiene un poco de miedo.

—Como usted quiera.

Algunos minutos después, Gavrilo, acostado,