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algo. Por lo menos, podría usted darle una parte de la deuda.

Pero el otro replicaba:

—Yo? Yo no le debo. absolutamente nada.

Precisamente el día antes de la partida de Iankel, se lo pagué todo, hasta el último copec. No tengo ganas de pagar dos veces. En cuanto a usted, es otra cosa: estoy seguro de que usted le debía algo, efectivamente.

—Se engaña usted. Algunos días antes de salir para la ciudad, Iankel vino a mi casa e insistió en que le pagara mi deuda porque tenía necesidad de dinero. No me pude negar y se lo pagué todo.

El molinero, al oír estas conversaciones, sentía cierto malestar. ¡Qué malvadas eran estas gentes! Ni siquiera tenían temor de Dios. Había que desconfiar de ellas, porque carecían de honor y de conciencia. Unos verdaderos canallas! El, el molinero, no se dejaría engañar. No podrían abusar de su bondad, no; él, más bien, sería quien les haría danzar. No era tan tonto, no.

Unicamente la pobre viuda, la madre de Galia, llevó a la judía dos docenas de huevos y unos inetros de tela.

—Esto es para pagar una parte de mi deuda—dijo—. Lo que falta, te lo daré después, te lo juro. Por ahora, no tengo más que darte.

El molinero se marchó indignado.

—Maldita mujer! Ayer nu me quiso pagar lo que me debía, y ha encontrado algo, sin en bar—

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