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Cuando la judía hubo abandonado el pueblo, se presentó una cuestión de carácter gravísimo:

¿quién se iba a quedar ahorá al frente de la ta' berma? Porque, a pesar de la desaparición de Iankel, la taberna seguía allí, sobre la colina, con la garrafa, la jarra y la copa pintadas en la puerta. Iarko estaba allí, en el umbral de la taberna, fumando su pipa y esperando a que Dios le enviara un nuevo amo.

Una noche, cuando los aldeanos, reunidos ante la taberna vacía hablaban de su probable tabernero futuro, el "pope" de la aldea se acercó y, saludando en voz muy baja a la asamblea, se puso a predicar que renunciaran para siempre a la taberna: se podría tomar por unanimidad la decisión de prescindir del "vodka", y el resultado seria el bienestar general, la tranquilidad y la mejora de las costumbres.

Los viejos y las mujeres estaban completamente de acuerdo con el cura, pero el molinero quedó muy descontento de sus palabras. "IY yo que le creía amigo mío!", pensaba. Y dijo al cura con voz llena de ironía enconada:

—Quizá tenga usted razón, padre, insistiendo sobre el cierre de la taberna, porque eso le será provechoso: el arzobispo le recompensará por su celo, y en cuanto al "vodka" que usted necesite, se lo traerán de la ciudad. Pero los campesinos, ¿qué van a hacer? ¿Dónde van a encontrar su "vodka"'?...

Los campesinos sonrieron maliciosamente al