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Continuó andando. Pasó por delante del seto que separaba el camino de los jardines, oyó como el ruido de dos pájaros enormes, y distinguió una pareja amorosa a la sombra de los árboles. Sus besos eran tan fuertes, que podían despertar a la aldea entera. ¡Lo mismo que el año pasado! El molinero sintió deseos de dirigir un reproche al amante; pero tuvo miedo de recibir la misma reprimenda que el año pasado, recibió.

Finalmente se acercó al jardín que rodeaba la casita donde vivía la viuda con su hija Galia. Estaba iluminada por la luna, cuya luz acariciaba las copas de los álamos delante de la puerta. El molinero tuvo un momento de vacilación: temía ser recibido por Galia lo mismo que el año pasado. El consejo de Iarko era muy práctico; pero su realización tropezaba con dificultades enormes...

Sobre todo, con Galia, que era muy orgullosa y no gustaba de aquellas cosas. En fin, después de todo, había que decidirse. ¡Sea lo que sea!

Se acercó a la ventana y dió algunos golpes.

En el marco de la ventana apareció el rostro fino y los ojos negros de Galia.

1 —Mamá querida!—gritó—. ¡Es otra vez ese maldito molinero, que viene a fastidiarnos! Aquí está, escondido detrás de la ventana.

"Esta vez—se dijo el molinero—no sale jubilosa a mi encuentro, ni me echa los brazos al cuello, ni me besa en los labiós. Y, ¡sin embargo, fué aquello tan dulce la otra vez!"...

Tenía razón; Galia salió; pero no corrió ha—

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