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el riachuelo que surcaba el valle, y desaparecía detrás del bosque. No se veía en el cielo ni una sola nube.

El molinero miró el riachuelo y se sorprendió nuevamente de hallar espacio en él para la luna, las estrellas y el cielo entero. En el fondo del agua notó como una mosca que volara por encima de las estrellas. Miró más de cerca, y vió que, poco a poco, la mosca se hacía tan grande como un gorrión, luego como un cuervo, luego como un águila.

—Diablo!¿Qué será eso?—se dijo extrañado.

Y, del río, alzando los ojos al cielo, quedó como clavado en el sitio, con la boca abierta: algo se dirigía, por los caminos del aire, directamente hacia el molino.

"Debe ser Japun, el diablo judío que va a la ciudad a buscar una nueva presa. Pero esta vez lleva retraso: ¡son ya las doce, y todavía está en camino!" Así estaba el molinero, fija la mirada en el cielo. La forma vaga que volaba por el aire se fué haciendo cada vez mayor, y descendía con un zumbido muy fuerte: se diría que había allí un enjambre de abejas.

—Parece que el diablo se dispone nuevamente a hacer una paradita en mi presa!—se dijo el molinero. Se está acostumbrando; tendré que tomar mis medidas; no quiero esas cosas en mi casa. El año que viene pondré una cruz sobre la presa. ¡No, amigo, esto no es un parador!... ¡Y