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La tres? Pues bien, si ganas la apuesta, debo dejarte enteramente libre.

Pero se olvida usted de los perjuicios! ¿Es que no va usted a pagarme los perjuicios que me ha causado?

—¡Vamos a ver! No has sufrido perjuicios; te hemos permitido hacer tu comercio entre nosotros durante todo este año. En la tierra no hubieras ganado tanto dinero en tres años. Te llevé descalzo, vestido de harapos, sin ningún equipaje, y vuelves con un gran fardo. ¡Anda, que has ganado bonitamente entre nosotros, y no tienes de qué quejarte!

—Y usted no tiene por qué echarme en cara los pequeños beneficios que entre vosotros he sacado.

Eso ha sido suerte mía. Y luego, ¿ha hecho usted la cuenta de lo que he ganado allí? ¿Cómo lo puede usted saber? Quizá haya ganado una bagatela, mientras que aquí, en la tierra, he perdido un año entero.

—¡Qué charlatán!—gritó el diablo.

—Yo, yo soy charlatán? ¡Eso sí que no! ¡Es usted, señor diablo, quien es charlatán, canalla, impostor, cochino!...

Comenzaron a disputar de una manera tan violenta, que ya no se podía entender nada. Los dos agitaban las manos, sacudían sus bonetes negros y parecían dos gallos dispuestos a atacarse.

Al fin, el diablo gritó:

—Después de todo, todavía no se sabe quién de los dos ha ganado la apuesta. Es verdad que el

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