Página:El día del juicio (1919).djvu/81

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Pues ya comprendo... ¿Y qué vienes a hacer aquí? ¿Quieres llevarte a alguien? ¿A mí, quizá? ¡No, viejo; eso sería un mal negocio, porque empezaré a gritar; palabra de honor! ¡Y tengo buena garganta, ya lo sabes!...

—No tienes por qué gritar—le tranquilizó el diablo. No tengo necesidad de ti; no eres tú quien me interesa.

—Entonces, ¿vienes, quizá, por el molinero?

Puedo llamarle, si quieres... Pero, no; si te llevas al molinero, ¿quién tendrá la taberna?

—Entonces, ¿el molinero tiene una taberna?

— Una? ¡Tiene dos! Una en la aldea y otra en el camino.

—Y por eso es por lo que no querías que me lo llevara?

—No, a mí no me da lástima del molinero. O, mejor dicho, el molinero no es hombre de quien se pueda tener lástima. Cree que soy un bestia. No digo que yo sea muy inteligente, eso no. Hay muchos más inteligentes que yo. Pero, a pesar de todo, tengo bastante buen sentido para echar los buenos bocados en mi propia boca y no en la ajena. Y si algún día escojo mujer, la escogeré para mí, y no para otro. ¿Es verdad lo que digo?

—Perfectamente; pero no comprendo por qué me dices todas esas cosas.

—No comprendes nada, porque esto no te importa a ti; pero a mí sí me importa, y comprendo muy bien por qué el molinero me quiere casar.

¡Oh, lo sé muy bien, muy bien, a pesar de no ser